Infieles


La niña puta interna
Agradecemos a Agustín por la entrevista que pudimos realizarle mediante MSN, por su sinceridad y por los detalles que nos proporcionó para lograr la pequeña pero interesante historia. Confesó un contado de su sexualidad que según él nadie sabe, y prometió que seguirá contandonos sobre su descubrimiento sexual junto a su amigo, Javier.

A pesar de que lo intentaba, Agustín, de 13 años, no podía conciliar el sueño. Se había acostado después de las dos de la tarde, y pasadas las cuatro no hacía más que dar vueltas en la cama. Con tan solo el calzoncillo puesto, se retorcía entre las sábanas enrredándose. Durante un rato se entretenía manoseándose el pene, por momentos lo sacaba rígido y con el glande expuesto por un costado del calzoncillo, colocándolo junto a la pierna lo sentía caliente.
Antes de irse a trabajar, sus padres pasaron por la habitación a despertarlo. Era irracional que un chico a su edad, en plenas vacaciones de verano, se la pasara durmiendo. Así que le ordenaron que se levantara, se bañara y saliera un rato a la calle a despejarse. Agustín haciendo caso se levantó, y antes de irse a bañar se fue a la habitación de sus padres para recostarse en la cama grande.
Tirado sobre la cama junto a la mesa de luz de su madre, abrió el cajón de la ropa interior y se puso a revisar. En la punta superior derecha encontró una cajita de preservativos abierta, tomó el cartón y leyó la marca: “TULIPAN (Clásicos)”. A pesar que sabía muy bien que sus padres hacían el amor, no le agradó nada encontrar las pruebas. Notó que quedaba solo uno, y en la caja decía contener tres. Después de ver las instrucciones de uso, dejó la caja en su lugar y siguió revisando. De la ropa interior sacó una bombacha de encaje rojo que le llamo la atención, era demasiado provocativa para que su madre la usara. La tomó entre sus manos y la olió sin realmente sentir olor. Sin dudarlo, cerró el cajón aún con la bombacha en la mano y se fue frente al espejo. Mirándose fijo en el, se bajó el calzoncillo lentamente, se lo sacó y lo tiró sobre la alfombra. Haciendo equilibrio tomó los elásticos de la bombacha, y pasando sus piernas una a una, se la puso. Su pene comenzó a ponerse rígido sin ni siquiera tocarlo. La parte trasera de aquella ropa interior se metía un poco entre sus muslos. Agustín, sin dudarlo, tiró de los elásticos que abrazaban su cintura y la bombacha llegó a meterse en su cola y tocar su ano. Su pene lo escondió entre sus piernas, viéndose como una niña.

“Me miraba en el espejo por adelante y por detrás, el pene escondido entre mis piernas simulaba el pubis de una adolescente, una adolescente muy caliente. Sentía la verga endurecerse más cada minuto, algo colorada y caliente al tacto. De espaldas al espejo levantaba los elásticos, colocándolos por encima de las caderas y dándole forma de “V”. La parte trasera se metía entre mis nalgas, realmente me calentaba mucho. Se parecía a la cola de una mujer, solo le quitaba un poco de realismo algunos vellos en mis nalgas.” confesó Agustín.

Aunque trató de mantenerlo entre las piernas, la gran erección que estaba teniendo Agustín hacía zafar su pene. Sin dudarlo, retiró su miembro por un costado de la bombacha, como solía hacer cuando tenía puestos sus calzoncillos. Con el pene en la mano comenzó a manoseárselo desesperadamente, mirándose en el espejo se puso de perfil y levantó la cola. Se masturbó furiosamente durante solo unos segundos, la calentura era demasiada como para dejarlo durar más tiempo. Antes de llegar al orgasmo pasó una mano por detrás, apuntó su dedo índice a la entrada de su ano y por encima de la tela de la bombacha de su madre empujó fuerte. Aunque solo unos milímetros de la punta del dedo lograron ingresar, fue suficiente para hacerlo llegar al clímax. Después de la sacudida que le proporcionó el orgasmo se bajó la bombacha hasta los tobillos, toda enrredada y con cierto aroma a mierda, se la sacó y la dejo para lavar. Las empleadas que estaban encargadas de la limpieza pronto la pondrían en orden.
Aquella fue la primera vez, pero no la última. A partir de ese día, la mayor parte de los días que ingresaba a bañarse y había colgada de la canilla alguna bombacha, no dudaba en ponérsela. Se la acomodaba bien, tiraba de los elásticos para sentirla meterse entre sus muslos y trataba de que las nalgas quedaran totalmente fuera, como si de una tanga se tratara. Aunque metía su pene flácido entre las piernas para ocultarlo, lo sacaba totalmente rígido de la calentura que le proporcionaban las sensaciones de tener ropa interior femenina puesta.

“Realmente me probé unas cuantas bombachas durante la adolescencia, me calentaba mucho tenerlas puestas. Sabía que si hubiese nacido mujer, sería una adolescente atorranta y feliz. Siempre consideré que una mujer tenía menos obstáculos que afrontar a la hora de perder la virginidad que el hombre, quien debe siempre tratar de ganar el “Sí”. La bombacha la sacaba de la ducha, de la habitación de mi madre ó de la sala de plancha, me la ponía y terminaba masturbándome. A pesar de este gusto, jamás me consideré gay y nunca fui un adolescente afeminado. Siempre me gustaron las mujeres, aunque disfrutara del hecho de verme un poquito puta por un rato.” confesó Agustín.


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