Infieles


Desde hacía unos meses había comenzado a trabajar en un local de ropa de una reconocida marca. Éramos varias personas encargadas del comercio y la venta, entre todos mis compañeras de trabajo podías encontrar algunas vendedoras, una encargada de la supervisión general, cajeras y... a un solo hombre, el guardia de seguridad. Todos formábamos parte del grupo de trabajo diario, y cada uno hacía lo suyo sin interferir en otras áreas, por este motivo estaba terminantemente prohibido las relaciones personales entre los empleados, al menos durante el trabajo. Sin embargo, se habían oído algunos rumores de que el guardia había mantenidos relaciones con la encargada y con una de las cajeras después de hora, cada una por su lado y mientras todos se preparaban para irse. Ellas, sin saberlo, habían caído en las garras de este joven que todas en secreto apodaban "el rompe-parejas", pues se decía que disfrutaba cogiendo con mujeres casadas o en pareja, un grupo del que yo formaba parte. Romina, la encargada, era una mujer de 32 años, esposa y madre; Carla, la cajera, estaba en pareja cuando todo ocurrió, pero se cruzó con el mejor amigo de su novio a la salida del hotel alojamiento y ese fue el fin de su relación.
Juan Cruz era el nombre de aquél guardia, y trabajaba todo el día desde que durante un asalto a mano armada habían herido al guardia anterior. Desde que comenzó a estar todo el día en el local, esperaba la salida para quedarse charlando conmigo y hacía evidente el interés por mí. Yo trataba de ser amable, aunque de no darle mucha bolilla por lo que las otras empleadas me habían dicho de él. En cierta medida me atraía, pues es un pibe joven y es muy bonito. Además se rumorea que tiene muy buen físico, debido a la profesión y a algunas horas de gimnasio. Aunque trataba de rechazarlo, comenzaba a coquetear sin quererlo. Poco a poco se ganaba mi confianza, con halagos y sobretodo con mucho respeto. Entonces comencé a pensar que mis amigas eran las equivocadas, que aquél joven solo buscaba una relación amistosa conmigo y que sus intenciones no eran malas, lamentablemente me estaba equivocando muy feo, pues poco a poco caía en sus garras.
Las invitaciones cayeron pronto: primero se ofreció a llevarme al trabajo, pasarme a buscar por la casa de mi madre e irnos juntos hasta el local. Después de rechazarle esa invitación por motivos obvios, esperó una semana antes de invitarme a tomar algo, otra oferta que también rechacé. La tercera fue la vencida, pues me encontró camino a la universidad un día que debía rendir, estaba atrasadísima y no tuve otra opción que aceptar. Era un sábado por la mañana, había pedido permiso en el local para faltar y asistir al último examen del segundo año de la carrera de diseño de interiores, en una universidad que te da las facilidades como para poder trabajar y llevar los estudios en perfecta armonía. Cuando llegamos a la puerta habían pasado cerca de media hora de examen, y no tenía intenciones de entrar a desaprobar en un parcial hecho a las apuradas y con los nervios de punta, así que decidí no asistir y preparar directamente el examen recuperatorio. Él se ofreció a llevarme a casa, antes de responder bajé la cabeza, miraba mi pantalón de jean para ocultar los lagrimones de bronca y odio hacia mi misma, no podía ser tan tonta de haber perdido la oportunidad de rendir después de todo el tiempo que había estado preparándola. Tenía mucha bronca e impotencia, no podía haber sido tan tarada. Cuando se percató de mi llanto, me levanto la cabeza tomándome del mentón y me secó las lágrimas con los dedos. Me consoló y me sacó a dar una vuelta, a pesar de que estaba llegando tarde a su trabajo no le importó pasearme por el centro y hacerme reír casi a carcajadas con verdadera gracia, pronto había olvidado lo de el examen y pronto había olvidado que estaba de novia, nos estábamos besando. Cuando me llevó a casa, me bajé en la esquina y antes de separarnos nos besamos casi con desesperación. Quedamos en encontrarnos el jueves, a la salida del trabajo.


El jueves llamé a mi novio antes de salir del trabajo excusando que no me sentía bien, que me iba a tomar el colectivo que me deja directo en la esquina de casa y que no se preocupe, que al día siguiente nos veríamos. Antes de salir me fui a sacar la ropa del trabajo al vestuario con las demás empleadas, que se sorprendieron al ver los cambios cuando salí de blusa, jean ajustado y unas botas altas de un color marrón clarito. Antes de retirarme llamé a mamá, para avisarle que salía con las compañeras del trabajo y que si llamaba mi novio le dijese que me había acostado porque no me sentía bien, que ella sabía lo celoso que era y que no quería tener problemas con él. Una vez que dejé todo en orden me dispuse a salir del local, justo en el momento en que la encargada comenzaba a marcar los números de la alarma.
Al salir, vi que Juan Cruz esperaba en su auto a media cuadra de donde estábamos, me dí cuenta inmediatamente que trataba de ocultar el hecho de que me iba con él, ahí percaté que talvez algo de razón había en las versiones de sus amoríos con otras empleadas, pero ya a esa altura poco me importaba y sólo pensaba en disfrutar de esa noche. Nos fuimos directamente a una confitería de la zona, nos sentamos en una mesa junto a la ventana que daba a la calle y pedimos vino espumante al mismo tiempo que un cantante solista comenzaba su show. Después de unas cuantas charlas intrascendentes el alcohol y el ambiente ayudaron para que nos besáramos pronto, él se paró y se sentó del mismo lado que yo estaba, en ese tipo de sillón doble que se han puesto de moda en pub's de buena categoría. Comenzaba a besarme al mismo tiempo que su mano recorría mi cuerpo, pasaba por mis pechos, mi espalda y mi cola sin detenerse en ningún lugar en particular. Hasta que una de sus manos se detuvo en mi blusa y con dos dedos comenzó a desenganchar unos de los botones del centro de la prenda dejando libertad para poder meter su mano y tocar mis senos. Cuando logró su cometido, metió su mano y la coloco por encima de mi pecho izquierdo, masajeándolo y manoseándolo con desesperación. Sus movimientos comenzaron a excitarme, y mis pezones comenzaban a ganar rigidez. Tirando de la copa del corpiño liberó mi teta, y abalanzó el manoseo sobre ella palpando cada centímetro y estrujando el pezón que había logrado ganar su atención, totalmente duro y desafiante. Mi cara apoyada en su hombro, mis labios entreabiertos dejaron escapar más de un gemido que fue absorbido por la música del lugar, Juan Cruz no dejaba de comerme el cuello a medida que seguía jugando con mi pecho. Realmente estaba disfrutándolo y poco a poco comenzaba a humedecerme, necesitaba que escapáramos de allí pronto, estaba comenzando a excitarme y todo se volvería más provocador si antes no éramos echados de aquel lugar. Para todo esto nos estábamos zarpando más de la cuenta, pero pronto vi que las cosas podían empeorar: mientras seguía con su mano aferrada a mi pecho, pasó la otra sobre mi abdomen acariciándolo y buscando un hueco en mi jean que lo dejase meter la mano para masturbarme, lo consiguió rápidamente aunque el espacio no era suficiente y terminó jugando con mis vellos, sin llegar a tocarme el sexo que para estas alturas estaba bastante húmedo. Con mi mano derecha paseándose por su pierna seguía intentando aguantar mis deseos de sobar su miembro por encima del pantalón y poder sentir la dureza y el calor traspasar las telas. Disimulaba mis intenciones pero mis movimientos parecían haberme delatado, pues él sin decirme nada tomó mi mano y la apoyó contra su paquete. Inmediatamente quedé sorprendida por su tamaño, pues era mucho mas grande del que estaba acostumbrada y no es que mi novio tenga pene chico, simplemente aquello era evidentemente mucho más voluminoso. Sin dudas disfrutaría como una atorranta, pero para eso necesitaba que nos vayamos de aquél lugar, estaba demasiado excitada como para poder bancarme un rato más en aquel sitio. -Vámonos de acá, por favor- le supliqué. Y acomodándonos un poco las ropas salimos en dirección a la puerta. En el camino, Juan Cruz trataba de ocultar su erección con su suéter azul, y mi teta izquierda se bamboleaba libre bajo mi camiseta que tenía evidentes botones sin prender, pero no los suficientes para llegar a mostrar algo.
Pude notar la seriedad con la que nos miraba el dueño mientras no retirábamos del lugar, imagino que habrá visto nuestro espectáculo más que el que ofrecía aquel cantante solista sobre el escenario tratando de imitar sin éxito a Joaquín Sabina. Con cierta maldad, y debido a la desinhibición que el alcohol me produce no abandoné la puerta sin antes tirarle un beso al serio jefe, algo que advirtió mi ocasional acompañante y festejó a carcajadas. Al salir del local, caminamos hasta el auto que había quedado a unos cuantos metros y nos subimos sin dejar de mirarnos todo el camino. Una vez arriba, volvimos a atacarnos a los besos como dos adolescentes en celo, esta vez más libres y con menos inhibiciones. Nuestras manos encontraron rápidamente las partes que antes habían abandonado y siguieron con ansias un manoseo indecente, mi mano se dedico nuevamente a palpar y amasar su miembro con tremenda calentura, y la suya comenzó a buscar mi teta nuevamente, pero esta vez le tocó el turno a mi pecho derecho. Después de unos cuantos minutos de calientes caricias y besos, Juan Cruz interrumpió el manoseo mutuo con evidentes ganas de terminar los trámites en un sitio donde podamos estar más cómodos.
-Bueno, bueno. Vámonos de acá, no doy más -dijo, mientras recuperaba un poco la compostura y encendía el auto. Se concentró en conducir rápidamente hasta un lugar para mí incierto, abandonó su concentración en mis pechos a pesar de que yo seguía aferrada a su bulto. Trataba de masturbarlo por encima del pantalón y lo miraba maliciosamente, -Ahora voy a probar que tan buen conductor sos.- le dije, mientras trataba de distraerlo del manejo con mis manos sobre el paquete. Él sonrió y siguió conduciendo, sin titubear.
Mis dos tetas habían dejado abandonadas las copas del corpiño, y se bamboleaban rítmicamente a mis movimientos. No me preocupe en acomodarme la ropa, sabía que no duraría mucho vestida. Por un momento tuve ganas de bajar el cierre de su pantalón, meter la mano en los calzoncillos y sacar ese enhiesto miembro para chupárselo, pero mantener un poco la compostura me hizo mantener a raya mi calentura y esperar.
Después de pasar por el centro de la ciudad y una zona residencial, enfiló el auto en el garage de una pequeña pero elegante vivienda.
-Ya llegamos -me indicó-.

Después de cruzar el porche, nos aplastamos contra la puerta entre besos y caricias, nuestras manos siguieron descubriendo nuestros cuerpos aún fuera de la casa. Mientras nos besábamos, Juan Cruz abrió la puerta y entramos como empujados por una fuerza mayor, poderosa. De un manotazo la cerró, y comenzamos a desnudarnos en la sala, junto a la puerta y un juego de sillones de cuero negro evidentemente de categoría. Desprendió mi blusa dejando a la vista un corpiño torcido y mal puesto con los pechos fuera de sus copas, parecía la imagen de una mujer que recién acaba de ser ultrajada y todavía no ha podido recuperar la compostura. Se abalanzó sobre ellos y comenzó a besarlos, a apretujarlos con ambas manos mientras su boca saltaba de un pezón a otro para chuparlo y succionarlo con fuerza. Los besaba poseído y se entretenía con ellos, evidentemente mis pechos lo excitaban y no es por presumida pero son de buen tamaño y totalmente míos, totalmente naturales. Sus manos los abandonaron por un momento para desabrocharse el pantalón, bajárselo hasta las rodillas y después de tirar uno a uno sus zapatos, terminar de sacárselo. Ahí pude notar su pene a través del calzoncillo, duro y en diagonal contra su vientre, abrazado por la tela de su ropa interior. Su grosor era más que considerable, aunque la tela de la prenda era negra se adivinaba muy bien su tamaño. Aproveché el momento que se separó de mí para desvestirme y sacarme de una vez la ropa que todavía tenía puesta: hice equilibrio para poder sacarme las botas, luego le siguió el pantalón de jean que patié junto a uno de los sillones de cuero y por último el corpiño, que desde hacía tiempo ya no cumplía ninguna función más que la de estorbar e incomodarme. Nuestras bocas se volvieron a juntar, nuestros cuerpos tapados tan sólo con la ropa interior comenzaban a desearse y mi intimidad pedía a gritos ser atendida. Mientras explorábamos nuestras bocas en un beso ardiente, sus manos comenzaron a separar mis nalgas en un juego indecente y provocador, al mismo tiempo yo metí mi mano en su calzoncillo y extraje su pene, que me dejó sorprendida por el grosor que no lograba abrazar completamente y esa tibieza exquisita que sentía en la mano y rozaba mi abdomen. Parada con furia se aplastaba entre nuestros cuerpos y amenazante me apuntaba al rostro, como invitándome a probarla. Para todo esto me dí la vuelta dándole la espalda y apoyando mis nalgas contra ese enhiesto instrumento, ya no me bancaba la calentura y como una desesperada comencé a fregar mis nalgas contra ella, como si quisiera que mis muslos fueras capaz de tomarla y hacerle una paja. Pero en realidad mis necesidades en ese momento eran otras, Juan Cruz sin dudarlo sabía muy bien lo que estaba necesitando y sin más preámbulos me hizo a un lado la bombacha y pasándome la punta de su pene por afuera comenzó a metérmela. Apoyé mis manos sobre el sillón para sostenerme, mientras él comenzaba a bombear lentamente, aumentando el ritmo cada vez. La penetración ganaba potencia poco a poco, las fuerzas del impacto me hacían bambolear las tetas atrás y adelante, al mismo ritmo. En plena cojida me tomaba del pelo y tiraba de él, comenzó a decirme algunas palabras subidas de tono como si no se animara a insultarme, pero al ver que yo le daba lugar comenzó a ser más grosero. -¿Te gusta, puta?- preguntaba al mismo tiempo que seguía bombeando, y pasando sus manos se agarraba a mis pechos para masajearlos y apretar los pezones con fuerza, acercándome al orgasmo.
-Ummm..., bebé. Siii, soy tu puta -al pronunciar estas palabras por un instante mi mente no pudo evitar posarse en la imagen del rostro de mi novio, pero el goce me hizo volver a olvidarlo.
Me estaban cogiendo como nunca, realmente estaba disfrutando mucho con mi ocasional amante. Las embestidas eran cada vez con más rudeza, y después de unos minutos ya me tenían al borde del orgasmo. El momento culmine llegó pronto, cuando me metió la punta del dedo en la cola mientras me agarraba las nalgas en la penetración. Creí desfallecer, los brazos que me sostenían apoyada en un sillón perdieron fuerza y me dejé caer sobre él, con gotas de sudor resbalando por mi espalda y llegándome a la cola, donde se perdían entre las nalgas y terminaban abrazando el pene que no dejaba de entrar y salir de mi interior, esta vez con menos potencia y más lentitud. A pesar de la velocidad de la penetración, de la presión que su pene debe haber sentido durante mi orgasmo y todo nuestro juego previo, Juan Cruz no había acabado aún y aunque con más lentitud aún seguía bombeando. Nos separamos, me di la vuelta y lo besé con pasión por unos minutos, tomándome de su pene húmedo y acariciándolo agradecida.
-Andá para mi pieza, que ahora voy -me dijo antes de retirarse, y perderse en la cocina de su pequeño hogar-.
Me dirigí a la habitación completamente desnuda y encendí la luz. Observé desde la puerta con admiración el orden en que se encontraba todo, desde la prolijidad con que estaba hecha la cama hasta la ubicación casi milimétrica del control remoto del televisor. Entré sin dejar de observar, y me coloqué frente a un espejo junto a la puerta para admirar mi cuerpo. El sudor de unos minutos de buen sexo hacían brillar mi piel y dibujaban en cada curva un hilo de luz que salía en todas direcciones, mis pelos revueltos me daban aires de atorranta y la expresión de mi rostro daban indicios de que hacía un ratito había disfrutado de una buena pija, algo que debía agradecer, o mejor dicho que quería agradecer. Me senté sobre el acolchado, un hermoso acolchado gris con detalles en blanco y unas letras chinas grandes en negro, algo que seguramente amaba y cuidaba mucho, pues estaba tan impecable como cada cosa dentro de esa habitación.
Después de unos minutos apareció por la puerta con una botella de champagne apoyada entre hielos en un baldecito de aluminio y una copa en la mano. Apoyó todo en el respaldar de su cama y me pasó la copa, bebí un trago largo y antes de dejar la copa junto al balde me apoyé el vidrio frío sobre mis pezones, que ganaron una rigidez apenas perceptible. Juan Cruz se pasó por delante mío y se fue a sentar a mi lado, pero antes de que lo haga lo tomé de las caderas y lo detuve empujándolo para que quedara frente a mí, mis rostro quedó a la altura de la verga semi-erecta que me apuntaba amenazante, con una humedad que dejaba brillar todo su tronco y la porción de glande que había quedado fuera. Lo empuje levemente para que se arrimara, cerré los ojos y apoye mi boca entreabierta sobre la punta de aquél miembro, mis pulmones se llenaron de su exquisito aroma y mis ganas de chupársela llegaron al punto extremo. Le dí un beso tierno, como el beso primerizo de una adolescente, para luego empezar a chupársela lentamente, probando en cada pasada un poco más de aquella carne tibia. En esos momentos todo lo hacía con mucha lentitud y mucha calentura, su rostro me miraba entre sorprendido y excitado por mi actitud de puta, pero yo sólo pensaba en disfrutar aquel momento sin importarme realmente nada. Cuando mi boca no fue capaz de albergar más, mis movimientos comenzaron a acelerar y con el miembro dentro comencé un movimiento de penetración, tratando de mantener cerrados mis labios para provocarle en cada ida y venida un mar de sensaciones. Lo abandonaba sólo para apoyar su pene contra un costado y en un beso continuo recorrerlo desde la base hasta la punta. Mientras mi boca se encargaba de brindarle placer, mis manos o lo masturbaban, o se entretenían jugando con los vellos de su vientre o simplemente apoyadas en algunas de sus piernas bajaban y subían inconcientemente. Todo se había vuelto exquisitamente sucio en aquella mamada, las comisuras de mis labios brillaban por la humedad generada por la mezcla de fluidos de mi boca y su pene, la punta de la nariz estaba perfumada y mis manos empapadas con la misma mezcla, mi pelo habían molestado más de una vez cayendo sobre el enhiesto miembro y humedeciéndose. A medida que seguía chupando, noté que Juan Cruz estaba llegando al orgasmo y que si no me detendría pronto acabaría llenándome la boca de semen. No era mi intención que eyaculara, no es que aquello me produjera rechazo, simplemente necesitaba sentirlo nuevamente en mi interior, pues rendirle culto a su pene me había hecho empapar nuevamente y necesitaba calmar mi calentura.
Retiré su pene de mi boca, y lo dejé no sin antes brindarle un ruidoso beso sobre la punta del glande. Como una gata en celo me saqué la bombacha, me di la vuelta y salté sobre la cama con agilidad, me coloqué en cuatro patas con mi concha apuntándolo y me pasé un dedo por entre los labios vaginales invitándolo a metérmela nuevamente. La punta de mi dedo salió completamente mojada, estaba que no daba más y mordiéndome el labio inferior lo demostraba en el rostro. Juan Cruz me siguió, subió a la cama de rodillas tras de mi y me tomó por las caderas. Me giré por un instante para observarlo y pude ver como acercaba su pene aún brillante por mi saliva a mi entrada, para luego empujar y dejarlo deslizarse hacia mi interior. Comenzó a cogerme con fuerza, con violencia y velocidad como un poseído. Aceleraba haciéndome gozar como nunca y se detenía cada tanto para no acabar, manejaba el ritmo con maestría y yo comenzaba a llegar a mi orgasmo, el primero de dos que me brindaría sobre la cama. De pronto mis uñas se clavaran en su acolchado, los músculos de mis pies se tensaron y los espasmos del orgasmo se traducieron en gritos de placer. Él seguía bombeando aunque con menos velocidad, pues yo estaba recuperándome del éxtasis mientras Juan Cruz volvía poco a poco a tomar ritmo.
Me sorprendí cuando me la sacó, pero no imaginaba cuales eran sus intenciones. Me hizo a un lado y se recostó sobre la cama boca arriba, esperando que me montara sobre él y comenzara a cabalgar. Yo no esperé mucho, pase mi rodilla izquierda por encima de su cuerpo y después de apoyar la punta de su pija en mi entrada me dejé caer lentamente, sintiendo como se me introducía centímetro a centímetro aquel instrumento. Cuando llegué abajo, comencé un sube y baja frenético mientras él me sobaba las tetas desde su posición. Me agache para darle un beso, y para dejar mis pechos más cerca de sus manos. Los apretujaba como un niño, y jugaba con los pezones apretándolos y estrujándolos entre sus dedos. Yo seguía cabalgando sobre su verga como una puta, flor de cogida me estaba pegando mi compañerito de trabajo y lo bien que lo estaba pasando. Comencé a sentir el clímax acercarse, y empecé a tomar más ritmo sobre aquella deliciosa verga. Ya había dejado de bajar y subir, y sólo me separaba de ella para dejarme caer como una desesperada. Mis gritos resonaban en la habitación, y seguramente eran escuchados por los vecinos.
-Ummm..., amor. ¡Siiiii!, ¡Siiii! -gemía como nunca. Disfrutando como una atorranta- ¡¡¡Cojeme!!!, ¡¡¡Cojeme!!! -le pedía.
Él comenzó a mover su pelvis con furia, como si quisiera partirme al medio. Las fuerzas de sus embestidas se juntaban con las mías para hacer una penetración profunda y ruidosa. Yo no daba más, y tirando mi cabeza hacia atrás reventé en un clímax fatal y agotador. Los espasmos de mi vagina me imagino ordeñaron el pene de Juan Cruz, porque comencé a sentir unos potentes chorros de semen tibio inundarme completamente. Aún segundos después del orgasmo seguía cabalgando aunque iba perdiendo velocidad poco a poco, como si en plena cogida comenzara a desvanecerme lentamente. Juan Cruz enterraba su cabeza sobre la almohada, con la cara hacia el techo y los ojos cerrados con fuerza, como tratando de largar toda gota del semen que pudiera contener. Mi espalda había quedado tirada hacia atrás, con el cuerpo temblando del goce y lleno de sudor resbalando por él, gotas que caían de mis pechos y recorrían mi abdomen para perderse en los vellos de mi intimidad, en busca de formar parte de la penetración. Su miembro seguía en mí, yo me enderecé y me dejé caer sobre su pecho rendida. Ambos quedamos pegados en un sudor compartido, permanecimos unos cuantos minutos en esa posición mientras sentía su pene perder la erección dentro de mi interior. Al retirarme de arriba suyo su miembro terminó de abandonarme y cayó flácido sobre su vientre, bañado en el fluido de ambos que lo hacían brillar ante la luz de aquella habitación. Después de estar unos minutos en esa posición me dí cuenta que mi amante se había entre dormido, y decidí dejarlo tranquilo allí. Me recosté a su lado y abrazándolo por el pecho me dejé vencer yo también por el sueño. Una noche de buen sexo me relaja y no me cuesta dormirme, pronto mis ojos estaban cerrados y caía en un sueño profundo. Durante horas no supe absolutamente nada, mi cuerpo y mi mente descansaban junto al que había sido mi amante ocasional por una noche.

Desperté sobresaltada, vi la claridad a través de la ventana y supe inmediatamente que estaba llegando tarde. Miré mi reloj y lo confirmé, habían pasado cinco minutos de las ocho y media de la mañana. Mi madre seguramente estaría preocupada, y mi novio había quedado en irme a visitar antes de irse al trabajo. Sabía que no llegaría, y mientras comenzaba a inventar en mi mente una buena excusa que me permita salir ilesa de aquel engaño me levanté de la cama a toda velocidad tanteando y buscando en el camino la ropa que había dejado tirada. Encontré la bombacha junto a la cama, y me dirigí hacia el comedor donde sabía que había dejado el resto: las botas y el jean habían quedado tirados junto a uno de los sillones y el corpiño y la blusa encima de él. Después que junté la ropa y acomodé todo, me fui hasta el baño a toda prisa para darme una ducha antes de irme a casa, no podía aparecer así y menos si llegaba a estar mi novio esperándome. Encontré la puerta del baño rápidamente, estaba entre abierta y desde el comedor se podía ver la bañera. Entré y me bañe lo más rápido que pude, al salir me peiné y me sequé sobre la alfombra, desnuda me dirigí hacia el comedor. Juan Cruz dormía profundamente, y a pesar del ruido que había hecho no dio señales de querer despertarse. Después de ver la bombacha decidí no usarla esa mañana, tenía manchas evidentes del sexo del que había disfrutado la noche anterior, así que la guardé en la cartera en un rincón bien escondida. Me puse el jean, el corpiño, la blusa y las botas a toda velocidad, había logrado bañarme y cambiarme en tiempo record. Aún con los cordones de las botas sin atar me fui hasta la habitación, y sin encender la luz me acerqué al borde la cama para despertarlo y despedirme de Juan Cruz. Después de sacudirlo por un hombro insistentemente, entreabrió los ojos y me miró sorprendido.
-¡Juan!, ¡Juan!, me voy -le dije-.
-¿Eh?, ¿Qué?
-Me voy. Tengo que irme.
-¿A dónde?
-Me voy a casa.
-¿Te llevo? -me preguntó aún dormido y tratando de incorporarse-.
-No, no, esta bien. No te preocupes. Decime por donde pasa el 147, que ese me deja a una cuadra.
-Acá. En la esquina -dijo señalando hacia la pared, en dirección hacia la calle Güemes-.
-Bueno, gracias. Nos vemos a la tarde. En el trabajo...-me agaché para atar los cordones de las botas, y antes de irme...- Ah, y no te olvides que de esto ni una palabra, eh.

Antes de dejarlo allí me agaché sobre su vientre, un olor a sexo me llenó los pulmones, lo miré a los ojos con cara de atorranta y besé la punta de su pene. Él respondió con una sonrisa, y me observó mientras me retiraba de aquella habitación. Lo dejé durmiendo, crucé el comedor a paso largo y abandoné aquella casa por primera y por última vez. Al salir observé el automóvil en la entrada del garage, y uno a uno me vinieron los recuerdos de los momentos vividos la noche anterior. Mientras caminaba en dirección contraria, hacia la esquina donde pasaría el colectivo, iba imaginándome que cosas podría decirle a mi novio para dejarlo tranquilo y que no sospechara nada, pero tenía la mente demasiado aturdida para esperar un poco de claridad que me dejara inventar la excusa perfecta.


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